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Abriendo los Ojos
‘Y vio Sara el hijo de Hagar, la egipcia, que ella le había dado a Abraham, que se burlaba; dijo, entonces, a Abraham: ‘Echa a esta esclava y a su hijo, pues su hijo no habrá de heredar junto con mi hijo, con Itzjak’ (Bereshit 21).
Abraham, algo dolido es cierto, acata la orden de su mujer (Alguien dijo alguna vez que este fue el primer ‘Sí, querida’ de la historia).
Y Hagar partió con Ishamel con una mínima provisión de agua al implacable desierto de Beer Shevá. A los pocos días, la sed pudo más que ellos. Y cuando Hagar pensaba que su hijo Ishmael estaba por morir, Di-s abrió sus ojos y Hagar avistó un pozo de agua con el cual pudo calmar su sed.
Es interesante observar y analizar la naturaleza de este milagro. El Rabino Harold Kushner señala que Di-s no realizó un milagro para Hagar como solemos entender los milagros. No creó un pozo de la nada que no estuviera allí antes. Di-s le abrió los ojos para que ella pudiera ver el pozo que antes no había notado, y de pronto ese mundo tan cruel, se volvía un sitio apto para la vida.
El pozo había estado allí todo el tiempo. Di-s solo le abrió los ojos para que ella vea aquello que hasta hacía un momento era invisible ante sus ojos.
A menudo rodeados de problemas, también nosotros solemos enceguecernos. Las soluciones parecen lejanas, los problemas abundan y la desesperación crece.
La auténtica paz interior no radica en carecer de problemas. Sino, que radica en la capacidad de poder abrir los ojos y apreciar la luz al final del túnel y el orden en medio del caos.
Abrir los ojos y entender que el mundo no es tan cruel como a menudo nos parece.
Hagar estaba desesperada. El mundo se había vuelto en contra suya. Di-s la bendijo con la capacidad de hallar belleza en esa jungla, encontrar la armonía y el sosiego en medio de su desconcierto.
Se cuenta de un rey que ofreció un gran premio a aquel artista que pudiera dibujar la paz perfecta. Muchos artistas intentaron. El rey observó y admiró todas las pinturas, pero solamente hubo dos que realmente le gustaron y tuvo que escoger entre ellas.
La primera mostraba un lago muy tranquilo. Un espejo perfecto donde se reflejaban unas plácidas montañas que lo rodeaban. Sobre estas se encontraba un cielo muy azul con tenues nubes blancas. Todos los que miraron esta pintura pensaron que esta reflejaba la paz perfecta.
La segunda pintura también tenía montañas. Pero estas eran escabrosas y sin verde. Sobre ellas habia un cielo furioso del cual caía un impetuoso aguacero con rayos y truenos. Montaña abajo parecía retumbar un espumoso torrente de agua. Bastante poco pacífico, por cierto.
Pero cuando el rey observó cuidadosamente, miró tras la cascada un delicado arbusto creciendo en una grieta de la roca. En este arbusto se encontraba un nido. Allá, en medio del rugir de la violenta caída de agua, estaba sentado plácidamente un pajarito en el medio de su nido.
Paz perfecta. El rey escogió la segunda. Y explicó: Paz no significa estar en un lugar sin ruidos, sin problemas, sin trabajo duro o sin dolor. Paz significa que a pesar de estar en medio de todas estas cosas permanezcamos calmados dentro de nuestro corazón.
Rabino Gustavo Surazski. Comunidad "Netzaj Israel", Ashkelon.
miércoles, 12 de noviembre de 2008
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